La información no sólo es objeto de intercambio en la actividad universitaria. Tampoco la información solamente se intercambia sino que se transforma, organiza y elabora mediante conductas y procedimientos racionales. El razonamiento, la conducta intelectual, es la parte medular en la investigación científica.
Este comportamiento racional también está presente, aunque no con la intensidad
deseable en la docencia, su presencia se insinúa mediante la exposición de
esquemas axiomáticos elaborados como lo son la geometría, el álgebra, el
cálculo y la física, que ponen en relieve los métodos y procedimientos del
razonamiento científico, es decir los procedimientos de análisis y síntesis.
Esta conducta racional consiste en una disciplina de trabajo ordenada,
organizada y sistemática que permite identificar los problemas, caracterizarlos,
conmensurarlos, diseñar las opciones de solución y tomar las decisiones
más pertinentes. Esta conducta racional es por antonomasia, la formación
científico universitaria.
En esencia, el razonamiento ordenado está presente desde los niveles de
excelencia de la investigación científica, hasta la decisión más sencilla
de la vida diaria, tal como una compra o una visita amistosa; sin embargo,
la distancia que separa a los profanos de los científicos, en buena medida
se debe al uso de notaciones y lenguajes por parte de estos, que resultan
incomprensibles para aquellos. Lo anterior muestra que un primer problema
estriba en la comprensión de notaciones y lenguajes.
Por otro lado, el razonamiento lógico en un nivel particular, puede
resultar práctica irracional, cuando se evalúa desde otros niveles; esto ocurre
tanto al profano como al científico. Así, en la vida cotidiana, el arrojar
basura en un lote baldío, nos ``resuelve'' el problema en casa, pero genera
otro problema de orden colectivo; tomar una calle en sentido contrario a la
circulación normal o estacionarse en doble fila, nos ahorra tiempo, pero
arruina el de los demás, e inclusive puede costarnos la vida. En ese mismo
sentido, los científicos que no se ubican en el entorno en que actúan,
pueden estar trabajando muy racionalmente en el nivel de su disciplina, pero
irracionalmente en otros niveles sociales; aún más, los resultados de su
actividad científica pueden ser irracionales para los intereses de la sociedad.
El razonamiento tiene pues más de una dimensión. Saber las reglas del
ajedrez, no significa por sí mismo, saber jugar ajedrez.
La responsabilidad ciudadana es grande para todos, pero es doblemente importante
para el universitario que debe atender a la múltiple racionalidad de su
quehacer científico y dar ejemplo de respeto a las más elementales normas
de convivencia social, sin dejar de cuestionar aquellas que carecen de sentido
práctico o resultan grotescas por su nulo valor social. Ciencia y
convivencia se condicionan mutuamente.